En homenaje al pueblo peruano


28/7/2020

Ricardo Montero Reyes

Periodista

¡Perú! ¡Perú! ¡Perú! Unos 50 hombres agitaban la consigna. Un cuarentón, hijo de la dueña del colegio privado más prominente del barrio era el líder y marcaba el paso. A su derecha, otro cuarentón agitaba una bandera roja y blanca de la que pendía una seda negra. Era una noche muy opaca, sin luna ni estrellas, típica del invierno limeño.

¡Perú! ¡Perú! ¡Perú! La consigna, el paso, la peruanidad eran fuertes. El entusiasmo, no obstante, era controlado. La agitación de los niños fue contenida por mujeres que aplaudían, sonreían, pero no dejaban de llorar.

El país estaba devastado, dos días antes un terremoto de intensidad 7.8 en la escala Richter había causado la muerte de 50,000 personas. El Gobierno decretó un duelo nacional de ocho días y prohibió las fiestas y otras celebraciones.

El 2 de junio de 1970, la selección peruana obtuvo su primer triunfo en el mundial de fútbol que se disputaba en México.

¡Perú! ¡Perú! ¡Perú! El grupo liderado por el cuarentón que llevaba una botella de cerveza sobre la cabeza avanzó hasta perderse en la opaca noche. Las mujeres y los niños retornaron a sus casas, los hombres se juntaron a hablar en voz baja. El barrio retomó el silencio.

En la Grecia antigua, las familias de diferentes procedencias solo se podían unir para celebrar un culto que les fuese común, sin sacrificar nada de su religión particular. Cierto número de uniones formaba un grupo que la lengua griega llamó fratría y la latina, curia. Muchas fratrías formaban una tribu y muchas tribus formaban una nación. Cada fratría contaba con un territorio propio y un nombre particular, una lengua común, una autoridad, una legislación, ideas religiosas y celebraciones tradicionales.

¡Perú! ¡Perú! ¡Perú! El triunfo, el dolor, la esperanza nos unía. No éramos únicamente una fratría, actuábamos, de acuerdo con San Agustín, como un verdadero pueblo, “un conjunto de seres racionales asociados por la concorde comunidad de objetos amados”. Al final de cuenta, como bien sentenció el héroe mitológico Hyperión: “Feliz será el hombre que extrae su alegría y su fuerza de la prosperidad de la patria”.

La patria es la suma de nuestras comunidades, es el color de nuestro territorio, es la defensa de nuestra lengua, el respeto de la ley, la tolerancia e integración con la diferencia, la solidaridad con el pequeño y el desposeído.

El Perú ha sido afectado por calamidades, atacado por el terrorismo, ultrajado por los corruptos, postrado por los responsables de las crisis económicas y arrinconado por crisis sanitarias como la de ahora. Pero hemos cumplido la consigna que gritábamos en el barrio.

¡Perú! ¡Perú! ¡Perú! El cuarentón y su botella de cerveza, la bandera triunfante, la esperanza de salir adelante, pues ningún bien personal, como anotaba Friedrich Hegel, es mayor que el bien común del Estado.

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